Vendedor ambulante chileno, Hardy se gana la vida vendiendo baratijas en los autobuses de Santiago pero en el 2005 un anuncio del gobierno lo preocupa: "dentro de poco seremos un país de clase mundial, tendremos un transporte público moderno y elegante, por lo que no podremos seguir tolerando su oficio". Hardy reúne entonces a dos mil colegas, todos vendedores ambulantes, y juntos luchan para no ser marginados por la modernidad. Logran relacionarse con funcionarios, diputados y autoridades, pero sus peticiones no tienen efecto. Llega 2007 y Transantiago. El país no logra transformar su imagen de precariedad, pero Hardy aprende, para bien o para mal, que esa modernidad no consiste en cambiar la realidad, sino la imagen que vendemos de ella.
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